Violencia de género y el aparato psíquico
Psicóloga Lorena del Carmen Romero Cote

El cuerpo y la subjetividad de las mujeres a lo largo de la historia han sido sitios de lucha simbólica, política y psíquica. La violencia de género, como fenómeno estructural y relacional, no depende sólo de las condiciones socio-jurídicas ni de los procesos inconscientes ni de los mapas culturales del deseo. Desde el contexto psicoanalítico freudiano hasta trabajos recientes como los de Judith Butler o Jessica Benjamin, se puede encontrar un lenguaje teórico que vincula la estructuración del aparato psíquico, la función del Eros y la reproducción de la violencia en la relación de género.
El psicoanálisis, desde Freud en adelante, señaló que el deseo y el inconsciente se forman a partir de las relaciones tempranas con las figuras parentales. El complejo de castración (Freud, 1923) se convierte en un momento estructurador del aparato psíquico: los niños tienen miedo de perder el pene como castigo por sus deseos que son negados y relacionados con el cuerpo; mientras que las niñas poseen, en cambio, una falta negativa, que al mismo tiempo constituye al sujeto. Esta distinción simbólica crea un orden de género en el que lo masculino es posesión (del falo) y lo femenino es falta. Este fantasma arquitectónico fetichiza lo femenino y tiene eco cultural y afectivo, a menudo bajo la rúbrica de violencias normalizadas.
No obstante, la lucha no es sólo una cuestión de diferencia sexual biológica. Judith Butler (1990), apoyándose en el feminismo posestructuralista, ha demostrado que el género es una actuación, una que debe reiterarse con el tiempo y a través de la cual se vuelve “natural”. La violencia de género, como explica la autora, resulta cuando alguien no cumple con estos mandatos de género, cuando amenaza el capital simbólico que sostiene una identidad sexual hegemónica. Así, la violencia es un medio no solo para dañar lo femenino, sino también para castigar cualquier cosa que se salga del modelo masculino dominante.
En términos clínicos, la lógica de la dominación se manifiesta en el tratamiento en la relación del sujeto con el otro. Como dice Jessica Benjamin (1988), las relaciones amorosas repiten el drama de la lucha entre la mutualidad y la dominación. Cuando uno de sus miembros no aprende esta independencia del otro —y no lo hace, en la socialización patriarcal—, se produce una relación violenta. Según Benjamin, el único amor real es cuando se reconoce al otro como un sujeto deseante, y no como algo poseído o controlado. La imposibilidad de este reconocimiento yace en el corazón psíquico de muchas relaciones violentas.
Es en este mismo espíritu, Byung-Chul Han (2014) afirma en La agonía de Eros que el amor real ya no es posible en la sociedad “posmoderna”, en la que el modelo de alteridad ha sido reemplazado por el narcisismo. El otro ya no es un misterio o una alteridad que perturba, es la imagen del yo. En este “infierno de lo igual”, como lo llama Han, el Eros se degrada en un instrumento de vínculo, que a su vez permite que la otra persona sea instrumentalizada: el cuerpo del Otro, y en particular el cuerpo femenino.
Este vacío del Eros está estrechamente relacionado con la violencia simbólica señalada por Pierre Bourdieu (1998) en La dominación masculina. Para él, el poder patriarcal se mantiene no sólo gracias a las instituciones, sino también por la incorporación inconsciente de modos de visión jerárquicos.
Esta violencia es invisible ya que es internalizada por las propias víctimas: las mujeres naturalizan su subordinación y los hombres, su poder. Así que la situación es que en una sociedad patriarcal, la mente grupal (inconsciente colectivo) de sus miembros reproduce la estructura de dominación de cada individuo.
Desde una perspectiva clínica, las “neosexualidades” son símbolos desarrollados de las invenciones extrañas de la vida psíquica que deben ser creadas en respuesta a padres traumatizantes. Estas acciones —frecuentemente compulsivas— no se alinean con el modelo tradicional de perversión, sino que revelan una lucha de vida o muerte por mantener la identidad bajo el peso del colapso del deseo.
Algunos de los estallidos violentos en la vida amorosa pueden ser vistos bajo esta luz, no como maldad, sino como el resultado de intentos ineficaces de resoluciones psíquicas ante un conflicto infantil residual. Podemos comenzar a aprender a pensar que la violencia de género nunca es separable de la organización del deseo, así como de las fantasías inconscientes, y de la forma en que la cultura moldea la psique.
Desde el Edipo freudiano hasta la performatividad de Butler, pasando por la desintegración del Eros presentada por Han e insistiendo como Benjamin lo hace respecto al reconocimiento, se construye una red compleja donde el género se conecta con el deseo y la violencia. Ésta no será menos que una reorganización profunda de los mundos subjetivos y relacionales que subyacen a la fantasía de dominancia para devolverle al Eros su capacidad de amar una diferencia.
Referencias
Benjamin, J. (1988). Los lazos de amor. Psicoanálisis, feminismo y el problema de la dominación. Paidós.
Bourdieu, P. (1998). La dominación masculina. Anagrama.
Butler, J. (1990). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós.
Freud, S. (1923). La organización genital infantil. En Obras completas, vol. 3. Editorial Biblioteca Nueva.
Han, B.-C. (2014). La agonía del Eros. Herder.
McDougall, J. (1989). Teatros del cuerpo. Julián Yébenes, S.A.
¿ESTÁS SUFRIENDO VIOLENCIA DE GÉNERO?
ACERCATE CON NOSOTRXS